Reproducimos la entrevista realiza a Carlos de Albert por el periódico digital "El Debate"
Carlos de Albert, «sin piernas» pero con alas para volar
Este «joven» que se quedó parapléjico con 21 años es el presidente de la escuela y el club deportivo de vuelo Las Sillas Voladoras, además de vicepresidente de una asociación con el mismo nombre y, lo que es más importante, ejemplo de vida y optimismo: «Vivo al día, voy dando un pasito cada jornada, librando las batallas diarias, y lo que tenga que suceder, sucederá»
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en la redacción motorizado. Ha enganchado un manillar con rueda
delantera a su silla de ruedas, lo que le permite circular por la
ciudad. Sin miedo. El asfalto está hecho también para él. El mundo
entero está hecho para él. Carlos de Albert perdió la movilidad
de pero para bajo hace casi 30 años, y ese día no «empezó una vida
nueva», ni «volvió a nacer», ni nada parecido que lo haya catapultado a
la categoría de héroe. Sencillamente, se dio cuenta de que su situación
había cambiado, y que debía afrontarla cuanto antes, con las
herramientas que tenía a su alcance.
Sin
embargo, hay algo que sí merece la atención social: sin grandes
aspavientos reivindicativos, De Albert sí pide algo lógico: que se les
trate como al resto de seres humanos, ciudadanos «de a pie» con los
mismos derechos que él. Por eso, su gran amor por la aviación le llevó a querellarse contra aquellos que les impedían volar.
El asfalto, la nieve (ha competido en esquí durante años) y el cielo:
no hay límites para personas como él, que además hacen una labor
fundamental de acompañamiento a quienes se encuentran en otra etapa del
camino que él ya ha recorrido.
–La inseguridad a la hora de viajar, ¿no le coarta nunca?
–A mí
no, pero a mucha gente sí, y eso es lo importante. La actitud y tirar
para adelante es fundamental, pero no está al alcance de todos: yo
siempre me levanto, no importa cuántas veces me caiga al suelo. Y si no
me levanto yo, no hay nadie que lo haga (risas). El otro día me subí al
coche y la silla de ruedas se me fue rodando, y tuve que tirarme al
suelo y arrastrarme e ir a por ella. En diez minutos estaba solucionado,
pero si me hubiera quedado lamentándome no habría encontrado una
solución mejor y habría perdido el tiempo; yo soy así, muy resolutivo,
pero de verdad respeto a aquellos a quienes los límites les suponen
barreras reales. Si encima te tratan mal, o no tienen en cuenta tu
situación, o por ejemplo pierden tu silla o tus muletas... entiendes que
haya gente que decida quedarse en casa y no sufrir.
–Tú
llevas más de 25 años en silla de ruedas. ¿Has percibido cómo ha
cambiado la sociedad en este asunto? ¿Crees que estamos más
concienciados ahora?
–Absolutamente.
Por ejemplo, hoy existen ayudas mecánicas, tanto mi silla como la bici
con la que he venido; hay adaptaciones de los coches y de los aviones;
las instalaciones, los edificios, las aceras, los accesos, los
ascensores... Todo va mejorando y hace más fácil lanzarte a la calle y
salir y encontrar tu vida de nuevo. Yo no nací así, mi realidad cambió
de repente y tuve que adaptarme, y encima con una discapacidad
importante, porque yo no puedo andar ni tengo control sobre mis
esfínteres.
–Debe de haber un gran trabajo psicológico detrás...
–Es
mi realidad, y yo he podido abrazarla. Hoy me produce indiferencia: yo
salgo de casa y lo que tenga que suceder, sucederá. Ya veremos cómo lo
solucionamos en cada momento. Vivo al día, voy dando un pasito cada
jornada, librando las batallas diarias.
–¿Qué te sucedió, que te dejó atado a una silla de ruedas?
–Tuve
un accidente de moto en el que me choqué contra un árbol mientras
entrenaba, porque quería competir. Salí volando y no me acuerdo de
mucho...
–¿Es cansado ser considerado siempre como un héroe, un luchador, ser siempre positivo y optimista?
–No
tengo un discurso, pero siempre me hablan de mi valor, de mi ejemplo.
«¿Cómo lo haces? ¿Cómo has sido capaz?». No me gusta hablar de suerte,
pero creo que tengo la suerte de que a mí esto no me afectó: me desperté
en la UCI después de varios días en coma y me di cuenta de que mis
piernas no funcionaban. Me subieron a planta y cuando el doctor me lo
confirmó, me dije a mí mismo: «Lo que era tu vida, que estaba muy bien,
se ha acabado. Ahora tu realidad es esta. Espabila». Nunca jamás lo he
pasado mal ni he tenido ningún sufrimiento. Por supuesto que es una
desgracia no poder andar, no poder sentir, que tu cuerpo se deteriore
más rápido, porque la función de andar es importantísima para el cuerpo,
la regeneración de los huesos, la circulación, la digestión... Pero yo
me pongo de pie cada día con aparatos, soy súper riguroso, y nada me
para. El resto del día es con silla, pero yo esquío y he ganado nueve
campeonatos entre los de España y Cataluña y he competido en Europa.
Tengo una bici, tengo un quad... me lo paso fenomenal.
–¿De verdad nunca miraste atrás?
–Nunca.
Por entonces estaba trabajando en Vueling, porque la aviación me
apasionaba, y allí seguí 16 años más. Pero hace cuatro lo dejé para
montar la asociación Las Sillas Voladoras y El Club Deportivo homónimo,
porque estábamos creciendo mucho. Tanto la presidente, Elisabeth
Heilmeyer, como yo, que soy vicepresidente, necesitábamos trabajar con
más seriedad, dedicándole más tiempo y más recursos.
–¿En qué consiste el proyecto de Las Sillas Voladoras?
–Lo
primero es que generamos ilusión, empoderamiento y resiliencia, porque
sacamos a la gente de su casa para realizar una actividad terapéutica:
volar. Sacar un avión del hangar, empujarlo hasta la pista, interactuar
con los familiares y amigos, relacionarte con la gente del aeródromo...
Aprendemos cómo funciona un avión y cómo se mantiene, y por supuesto
aprendemos a manejarlo. ¡Y volamos! Con todo esto te olvidas de tus
problemas durante un rato; los pilotos tienen siempre una cara de
ilusión y una alegría... ¡Te das cuenta de que puedes!
–¿De qué manera veis que ayuda a las personas con discapacidad?
–La
discapacidad no te define. Es posible que no te puedas llegar a
imaginar ser piloto, incluso trabajar de ello. Por eso te abre un mundo.
Son todo casos de éxito, de gente que ha salido de un agujero negro y
ha cambiado su vida. Porque en el mundo de la discapacidad hay mucha
superprotección, sobre todo por parte de los familiares. La familia
protectora te quiere mucho, pero en realidad te está haciendo daño: hay
que coger las riendas de la vida y vivir. Gracias al proceso que
comienza con el vuelo, hay gente que se ha puesto a estudiar, ha
empezado a salir de compras, se ha puesto a buscar pareja cuando pensaba
que ya nunca la encontraría, e incluso dos se han casado y han tenido
hijos. Desde que vine a volar, mi vida también cambió.
En la discapacidad hay mucha superprotección. La familia protectora te quiere mucho, pero en realidad te está haciendo daño
–¿La asociación nace entonces con un objetivo de ocio?
–Si
soy sincero, la asociación ya existía, y empezó porque en este país no
nos dejaban volar a las personas con discapacidad. La AESA, la Agencia
Estatal de Seguridad Aérea (en su día Aviación Civil y Fomento), no lo
permitía, aunque tuviéramos avión adaptado y homologado para personas
con discapacidad.
–¿Ese avión ya existía?
–Sí,
estaba homologado para nosotros no nos dejaban ser pilotos de este tipo
de aeronaves en España, mientras que en otros países sí. Nuestra
presidenta es alemana, era piloto pero tuvo un accidente en España y se
quedó en silla de ruedas. Podría haber ido a su país natal a recuperar
su licencia con el permiso y restricción de avión adaptado para pilotos
con discapacidad, pero prefirió quedarse donde vivía e iniciar una lucha
contra la administración española para que los españoles tuvieran los
mismos derechos que otros países de Europa. Y de ahí nace Las sillas
voladoras: nos querellamos contra la Administración. Pasamos ocho años
de juicios perdidos, hasta que llegamos al Tribunal Supremo, que
finalmente nos dio la razón. Y desde 2008 podemos ser pilotos.
–¿Y qué más avances ha habido desde 2008?
–Además
de haber conseguido volar en planeadores o vuelo sin motor, ahora
también se puede volar con motor, y en Las sillas voladoras no sólo nos
dedicamos a la parte terapéutica y a generar ilusión: también formamos
pilotos en la nuestra escuela de pilotos de planeador para personas con y
sin discapacidad y organizamos viajes para interactuar con otras
entidades a nivel europeo o a nivel mundial que hacen lo mismo que
nosotros.
–Como asociación, ¿cómo os financiáis? ¿Recibís donaciones, tenéis ayudas?
–Contamos
con la aportación de los socios, una pequeña cantidad (son 217 socios).
También tenemos acuerdos con otros clubs para poder tener el avión en
sus instalaciones, en hangares con avionetas que nos remolcan. Y por
último hay otras entidades, como la Fundación Repsol, la Fundación
Vodafone, la Fundación Step by Step, de Predif somos socios y
colaboradores directos, la aerolínea Volotea, Vueling, Ferrovial...
Pero no es exclusivo de nuestra discapacidad: a algunos eventos que
organizamos vienen también personas con discapacidad visual a volar, con
síndrome de Down, esclerosis múltiple, lesión medular.
–¿Qué significa para ti volar?
–Todo.
En el vuelo sin motor, nosotros planeamos y volamos con las águilas,
con los buitres. Nos pasamos horas volando, igual que un pájaro se pasa
horas sin mover las alas buscando las térmicas, la ascendencia. Nosotros
hacemos lo mismo y volamos en formación con los pájaros. ¡Qué
maravilloso, qué increíble, qué majestuoso!
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